Llorar, sangrar, dejar ir…

No soy yo persona de airear mi vida públicamente. La intimidad, para mi, tiene un valor importante e intento guardarme como tesoros las experiencias que me marcan profundamente. Sólo las comparto con personas que tienen en mi vida un especial valor y sé que disfrutan de escucharlas con el corazón.

Tampoco soy de escribir,  siempre me siento torpe ante las palabras, como un niño con un puzzle que le queda grande y que no sabe muy bien como encajar. Se me da mejor eso de trasmitir con el color, con una pincelada, un gesto…

Pero hoy estoy sangrando, y mi vientre dolorido quiere gritar. Un grito sordo que sube como un trueno por mi estómago y atravesando mi garganta enfurecido, se escapa entre mis labios y aterriza en cada tecla de mi ordenador.

No es un grito de tristeza, es un grito de despedida, un grito de amor incondicional. Al tiempo que mi útero se retuerce, llora, gime y acepta que la vida, por esta vez, no va a germinar.

Desde que decidí ser honesta conmigo y con los demás, mostrarme como tal ante la vida, sin máscaras, sin apariencias, como artista, como mujer… ¿Cómo mi vida no va reflejarse en mi obra? ¿Cómo un dolor no se va a ver?

¿Cómo seguir pintando sensuales vulvas llenas de placer, cuando la mía llora sangre por la pérdida?

La maternidad (siempre como opción escogida) es un camino de luces y sombras. Sombras que te atrapan, que te duelen, que te angustian, pero que nos muestran nuestro lado más luminoso y nos enseñan a brillar. Porque no habría luz sin oscuridad.

Por eso, cuando terminé el año sabiendo que volvería a ser madre, no pude más que agradecer a la vida esta nueva oportunidad de crecimiento imparable.

Y una vez que lo supe ¿Cómo detener el torbellino de emociones, proyectar momentos únicos y sentir cada día como crecía en mi interior un amor tan grande? ¿Cómo no ilusionarse, dejarse llevar por las expectativas, visualizar mi vientre pleno?

Todo lo que pudo haber sido y no será, pues mi vientre no albergó un bebé, sino una estrella fugaz.

Ahora estoy de duelo, pero no lloro,  ya me he despedido con agradecimiento. Ahora ya sólo sangro, y dejo caer gota a gota, como un árbol que pierde sus hojas para abonar la tierra fértil que volverá a dar sus frutos. Vida y muerte, luces y sombras. Una dualidad perpetúa que sólo se puede entender desde la aceptación y el amor.

Y en éste transitar, de la mano con mi compañero, reflejo de esperanzas, alegrías y tristezas, enseñándonos mutuamente a crecer (gracias por ser mi apoyo incondicional)

Y de nuevo, bellas mujeres que me acompañan, me dan la mano y me enseñan (con sus palabras, sus mimos, sus atenciones, su sabiduría) que no estoy sola, que somos tod@s parte de lo mismo. Gracias hermanas por arroparme con amor.

Y gracias infinitas a mi estrella fugaz por ofrecerme esta oportunidad de crecer.

Os lo devolveré todo pintado.